TEMAS ─ POR JOSE VICENTE G.

3.6.13

AFANOSA BÚSQUEDA DEL ÉXITO

Pienso que si queremos ser personas con una buena evolución emotiva y funcionando con satisfactoria plenitud debemos reconsiderar meticulosamente en qué empleamos nuestros días, cuyo número es limitado. Si estamos persiguiendo interminable e inacabablemente los símbolos que utiliza la gente "normal" (entre comillas) para valorar el "éxito" (comillas) en la vida (cuyo símbolo primario son los activos patrimoniales), posponiendo indefinidamente el goce de la vida por estar esperando "vivir de verdad" en una época futura, NUNCA VIVIREMOS VERDADERAMENTE EN EL PRESENTE.

FUTURIZAR puede convertírsenos en el más destructivo de los hábitos. El presente lo desperdiciaremos siempre en la planificación del futuro, que nunca llega del todo. Si nos proponemos conseguir suficiente dinero para entonces poder ser siempre felices, nunca alcanzaremos esa imaginada felicidad. Esa persecución se convertirá en el objetivo único de la vida. Si esa tarea de caza, de ansiosa búsqueda nos estimula, cuando alcancemos un cierto nivel de patrimonio o de renta ─o de éxito─ elevaremos el nivel de esas aspiraciones y creeremos que estamos necesitando más logros, y seguiremos en ese remolino vicioso.

Por otra parte, si nos hemos marcado con el objetivo de vida prestigio, dinero, fama o cualquier otra compensación externa que la sociedad intenta vendernos continuamente, estaremos atrapados en una carrera sin fin en pos del "éxito", lo cual, desde un punto de vista práctico (por la preocupación y el estrés que genera), es el comienzo e impulso de las disfunciones endocrinas y de las enfermedades modernas, entre las que se incluyen la angustia aguda, la hipertensión, las úlceras, las jaquecas, los trastornos cardíacos, los problemas digestivos, etc. y, por si fuera poco, unas altas posibilidades de tener relaciones familiares insatisfactorias por falta de dedicación.

Nos hemos convencido a nosotros mismos de que el verdadero fin de la vida es intentar superar a todos los demás y perseguir indefinidamente objetivos que siempre se nos escapan, y mostrar más y más resultados económicos o de mejora de estatus. Y esta afirmación no es falsa, por todas partes vemos a individuos que acuciosamente se debaten, luchan, se preocupan y convierten la vida en un juego consistente en adquirir posesiones o estatus en vez de satisfacciones internas y genuinas. El extraordinario objetivo de la vida en la sociedad contemporánea parece ser el logro de metas estrictamente orientadas hacia el futuro: conseguir ascensos así sea mediante el permanente servilismo ante los jefes y la no dedicación de tiempo a su hogar, obtener premios así sea que para conquistarlos sea menester realizar inimaginables sacrificios, acumular activos económicos a como dé lugar, tener 2 ó 3 vehículos así sus cuotas nos ahoguen, comprar una casa más costosa así la nevera permanezca vacía... Y no obstante la fatigante faena que muchas veces es de vida entera, al final, parece que nadie alcanza nunca el objetivo marcado; incluso y muchas veces, ni grandes millonarios ni célebres ejecutivos, pues siempre andan en forma desvivida en procura de lograr más y más y más y más y más objetivos cada vez mayores. Casi todos buscamos afanosamente objetos EXTERNOS de uno u otro género hasta el punto que no nos queda tiempo para disfrutar la vida así sea en forma sencilla o modesta pero plena. Y suele llegar primero el infarto o la enfermedad terminal que la feliz vida tranquila y serena en aquel dichoso paraíso siempre imaginado, siempre en proceso de construcción y nunca inaugurado.

En ese afán de igualar o, mejor, de superar a los demás y de estar siempre tratando de cambiar nuestras cosas por otras de más categoría, dedicamos un considerable esfuerzo y una dosis notable de energía. Vivimos permanentemente en competencia y ─con esa mentalidad─ no podemos darnos el lujo de entretenernos o "perder tiempo" en esparcimientos o en actividades relajadas porque son ocupaciones que no producen lucro y, en consecuencia, no son de importancia. La competición crónica o compulsiva implica un ajetreo constante y un vivir continuamente orientado hacia el futuro. Y, facilito, puede mantenernos oscilando entre una tarea y otra, quitándonos la capacidad de gozar el presente por estar considerando el próximo objetivo. Ni siquiera podemos disfrutar relajadamente unas vacaciones por estar pensando en lo que quedó allá y por lo que debemos hacer cuando volvamos y, lo peor, por estar atendiendo llamadas al celular, mensajes del smartphone y hasta mails en el portátil... ¡Por Dios! ¡¿Cómo nos podemos castigar de esa manera?! Así las cosas, todas las personas que participen de ese juego estarán condenas (o estaremos condenadas) a vivir la vida en una silenciosa desesperación. Es de acotar que esta forma de pensar y de actuar aplica más que todo a quienes hemos vivido en el siglo XX y en el siglo XXI, pues del siglo XIX hacia atrás no fue generalizada ni tan común esta errada forma de pensar y de correr.

Sin lugar a dudas, la manía de futurizar todo es un gran error social que infesta nuestra cultura; ese sí es un pecado que cometemos y con el que nos podemos condenar en vida.

Y lo que veo con ojos de autocuestionamiento y de actitud nociva no es que hagamos planes para el futuro y que con nuestra labor diaria tratemos de irlos cumpliendo. Eso lo veo sano, muy procedente y plausible, y mal haría yo en insinuar un irresponsable vivir, sin ningún tipo de planeación y sin importarnos si para el mes entrante podemos o no pagar la mensualidad del colegio de nuestro hijo. De hecho, el escalar cumbres, el concebir ideales y el deseo de mejorar nos generan entusiasmo y nos dan motivación para trabajar y, gradualmente, mejorar nuestra calidad de vida.


Lo que veo virulento y dañino es que desde el mismo momento en que hacemos los planes (incluso antes de estructurarlos) y durante todo el trayecto que realizamos para llegar a cumplir los propósitos, estemos hondamente preocupados, agitados y estresados por mostrar, esgrimir y presumir ante la sociedad los resultados conseguidos una vez logrados, y que nos angustie que, esos resultados, necesariamente deban estar a la par o por encima de ciertos estándares que nosotros mismos hemos tomado a manera de referencia a partir de lo que vemos en las personas o en las empresas que consideramos nuestras competidoras.

Opino que debemos tener cuidado en no confundir la ansiedad, el desasosiego y la preocupación, con el hacer planes sanos para el futuro. Si estamos haciendo planes para el futuro y esa actividad de momento presente puede contribuir a que ese futuro sea mejor, esto no es preocupación. Es preocupación cuando de alguna manera nos encontramos inmovilizados, turbados e intranquilos en el presente por algún acontecimiento que puede suceder en el futuro.

Nuestra sociedad alienta, da alas y fomenta la preocupación. La preocupación es endémica en nuestra cultura. Casi todos perdemos una cantidad increíble de momentos presentes preocupándonos por el futuro. Y todo ello no sirve para nada. Ni un solo momento de preocupación logrará mejorar las cosas. Peor aún, es muy posible que la preocupación anule nuestra eficacia en el presente. Hay quienes han llegado al nivel de ser profesionales de la preocupación, produciendo en su cerebro y en su corazón toda clase de estrés innecesario y de ansiedades por todo tipo de cosas por venir.

Para tratar de hacer intentos de superar lo anterior, propongo que reconozcamos plenamente que EL AHORA ES EL ÚNICO MOMENTO QUE REALMENTE TENEMOS. Es una verdad tan fundamental y tan sencilla que resulta extraño que haya tan pocas personas que sepan vivir en el presente. A menos que se llegue a inventar la máquina del tiempo de la ciencia ficción, y hasta que se invente, en realidad nadie podrá huir del presente y vivir en ningún otro tiempo; pero si dejamos que nuestros pensamientos vaguen constantemente por todo el mapa del tiempo podemos, por ejemplo, resultar lamentando el pasado y sintiéndonos culpables de él, o angustiándonos por el futuro. Podemos, así, vivir literalmente toda la vida EN AUSENCIA, separados del único tiempo en que podemos estar vivos realmente.

He dicho.

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