TEMAS ─ POR JOSE VICENTE G.

26.5.13

LA TACAÑERÍA


La persona tacaña no sufre de enfermedad psicológica alguna; ni, dentro de los factores que generan su tacañería, juegan papel alguno sus genes. La mayoría de las veces corresponde, sencillamente, a un comportamiento aprendido que hace parte de la estructura de su mentalidad y de su personalidad. En psicología, a estas personas se les denomina “CONTENIDAS EMOCIONALES”. Esa contención o tacañería suelen no reflejarla únicamente en la parte monetaria, sino igualmente en el campo afectivo, pues también son CONTENIDAS AFECTIVAS. La persona tacaña, que de por sí es muy egoísta, es poco dada a entregar afecto. Incluso, puede llegar (sin proponérselo) a lesionar el autoestima de su pareja porque su comportamiento íntimo gira alrededor de “no dar”, sino solo recibir (caricias, afecto, atenciones, etc.).

La persona tacaña, desafortunadamente, carece de facilidades y desenvolturas para disfrutar la vida y degustar los buenos momentos presentes. Casi siempre vive pensando y temiendo en un mañana con escasez y sin dinero. El gastar, así sea para su propia comodidad o placer, le produce gran dolor. No ven el bienestar como inversión sino como “amargos gastos que no estaban presupuestados”. La poca ropa la cambian solo cuando su mal estado es evidente, así tengan importante cantidad de dinero en el banco. Si la EPS no les suministra una determinada droga, aun disponiendo de dinero, prefieren continuar enfermas. Es como si nunca hubiesen escuchado el refrán “uno se muere y nada se lleva”.

El comportamiento compulsivo de cicatería (tacañería) no está asociado con pobreza o con las clases menos favorecidas; se presenta en cualquier nivel porque es una cuestión mental. Incluso, en la historia existen segmentos que hacen referencia a personas con gran poder económico y político pero que, en todo, actuaban con extrema codicia y mezquindad, como fue el caso de TIBERIO CLAUDIO (Emperador Romano). También, entre muchísimos megatacaños famosos no tan antiguos, se puede citar a JAEN PAUL GETTY, multimillonario estadounidense (murió en 1976), apodado –popularmente- como “el hombre más tacaño del mundo” (tenía tele-monederos públicos en la sala de su casa para que sus invitados pagaran por sus llamadas). Según el libro de Guiness, la persona más tacaña del mundo fue el millonario HATTY GREEN, quien pasó varios de sus últimos años en silla de ruedas por negarse a pagar una cirugía que, en su época (1916), le costaba 150 dólares (su fortuna superaba los 200 millones de dólares).

La persona tacaña vive justificando su roñoso comportamiento. De esa manera, en su interior, cada vez lo refuerza más. Pero, siempre, para sus familiares, amigos y conocidos, resulta incómodo y fastidioso su proceder, pues en todo momento utiliza viejas y gastadísimas maniobras estratégicas en procura de que los demás sufraguen o financien sus gastos sociales, sus comidas, sus entradas, sus salidas, sus paseos, etc… No obstante, el sujeto tacaño piensa que su comportamiento está bien, y así lo asume, como algo normal o correcto para él.

A nivel familiar el tacaño resulta ser un elemento de bastante incomodidad; pues, día a día y permanentemente, emplea justificaciones para fundamentar su mezquindad o su avaricia, llegando, a veces, a extremos increíbles, asumiendo y poniendo exageradas normas de escatimo y de ahorro extremo.

No es mucho lo que se puede hacer en favor de un(a) tacaño(a) para que corrija ese comportamiento; es una conducta casi incurable por medios externos. La única forma de superarla es:
1°) mediante el auto-convencimiento del error, en el sentido de aceptar que es algo malo que a nada bueno le lleva, y
2°) a través del esfuerzo personal por superarlo, siendo consciente que están dejando de disfrutar el presente e incomodando a sus allegados, por estar guardando para cuando ya no pueda disfrutar esos ahorros.
Existe también el tacaño aureolado o fulgurado (es otro espécimen). Es quien en la casa, con su esposa, con sus hijos y con sus familiares es súper tacaño y mísero; pero, por el contrario, con sus amigas, con sus amistades o en ciertas reuniones públicas, se muestra enormemente dadivoso y obsequioso. Se da en quienes, aparte de tacaños, sienten gran necesidad de reconocimiento y, para ello, aparentan una tremenda solvencia, lo cual es un derivado de la carencia de una sana autoestima.

Es importante tener claro que “NO SER TACAÑO” no debe ser sinónimo o equivalente a ser un profuso malgastador y despilfarrador. No… la persona normal puede ser austera, sobria y prudente con el dinero; incluso ahorrar para un proyecto que tenga en mente; pero sin necesidad de ser mezquina ni avara, y sin estar esperando que los demás sean quienes les cubran sus gastos y paguen todas las cuentas sociales.

Definitivamente tiene sabiduría el adagio popular que señala así el colmo del tacaño: “Esconderse a comer mocos para que nadie le pida”.

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